Dicen algunos que se nace para vivir solo. Algo que a veces yo también me pregunto. Otras veces pienso si no existirá un poco de mito con esto de la soledad. Que si nacemos solos y morimos solos y tal. En realidad, nadie lo sabe porque nacer es como morir, nadie se acuerda de su nacimiento y nadie puede comentar sobre su muerte. Lo que sí es cierto es que vivimos solos. Me cuenta un amigo ayer que, a pesar de sus dos hijos y su querida esposa, se siente solo cada mañana cuando va a trabajar. Que se enfrenta solo a la vida cuando sale de su casa. El hecho de que a la vuelta la encuentre llena de gente, perros, ruido, peleas de críos, televisores encendidos o una esposa ansiosa por descargarle cotilleos o sucesos no mengua su sensación de soledad vital. Le creo, pero creo que, sin saberlo, exagera un poco; quizás él nunca ha subido a la valla entre la cordura y la locura, entre la supervivencia y la adicción mortal. Si se hubiera aupado a esa valla, a esa cuerda, si hubiera viajado por el túnel vertiginoso y petrificante de la soledad más brutal creo que no diría eso. O igual sí, aunque él no comentó nada cuando lo mencioné. Y digo todo esto a modo de reflexión, si bien no aspiro a que el escrito rezume coherencia. Aunque, me importa poco, ya que escribo porque quiero y lo que quiero, cosa que, por cierto, me convendría extender a otras disciplinas de mi vida cotidiana.
De todos modos, comprendo que mi amigo piense eso sobre su vida y la soledad. Porque la soledad en cualquiera de sus formas es un ingrediente natural de nuestras vidas. Todo el mundo buscando hacer amigos, casarse, tener hijos, irse a Cancún, a Bali o a Nueva York, salir de fiesta o ir al puto fútbol para estar con gente. Dame un poco de Facebook y cómprame un MacBook que tengo frío, tronco. Mucho iPhone y redes sociales y todo dios más solo que la una. Tener amigos, friends, es moneda de cambio pero parece que de escaso curso legal porque hasta los padres de familia seminumerosa y feliz se sienten solos. ¿Qué estamos haciendo? Que me sienta solo yo, que ando volando en clase solitaire de país a país y tiro porque me toca, con relaciones fragmentadas, rotas o en permanente ciclo de regeneración (gracias a los amigos que aguantan) vale, pero que gente con relaciones socialmente estables se sienta sola cada día al salir al trabajo, al volver, al estar o al dormir me parece triste. Y gráfico. ¿Qué estamos creando? No es que yo me resigne a la soledad que acompaña mi vida como un catarro a medio curar, aunque a veces devenga en pulmonía; no, que va, en absoluto. Pero cuando lo que hay es lo que hay, es que es lo que hay. Que no quiere decir que es lo que vaya a haber, pero es lo que hay.
Ya dije arriba que la coherencia no era el objetivo aquí. Digamos que me estoy cascando una sesión de autobrainstorming emocional. Así, ¿será verdad lo de que nacemos, vivimos y morimos solos? Me respondo a mí mismo: no, no lo es. Y no lo es porque cuando nacemos nos pare nuestra madre y, si tenemos suerte de nacer en un país semicivilizado como puede ser en el que yo vi la luz, nos saca del útero una comadrona y nos abrazan los brazos de una abuela. No es que me acuerde de esto pero sé que no nací en una incubadora, así que algo de verdad habrá en esa historia. Y si tenemos la suerte de morir en un país semicivilizado o antes de que aquel en el que vivimos se convierta definitivamente en una puta mierda, moriremos con alguien que nos quiera o nos aprecie cerca, aunque esto sí que no lo asegura ni Dios; esa es la teoría porque luego quién sabe cómo le damos la patada al balde. Claro, quedan flecos por cerrar, como por ejemplo todo lo que pasa entre esos dos corchetes, o sea la vida. Ahí está el meollo de la cuestión, porque del nacimiento no nos acordamos, pero de las faenas que creemos que nos hicieron el año pasado o hace dos, o veintidós sí. Así somos. Unos seres elegantes, oiga. Que yo pienso que estamos a medio hacer. Puro proceso evolutivo. Nos creemos que se acabó, que el hombre ya ha llegado, que lo de Darwin se quedó en las Galápagos y tal, y que somos la reostia con tanto rascacielos, y puente colgante, y viaje a Marte, y vacuna contra el Sida, y bodegas de Gehry, y transplantes de cara, y jai tec a tutiplén. Pero no, somos de lo más imperfecto de la Creación. Y como somos tan imperfectos nos creemos perfectos y pensamos que todo está bajo control. Pero qué va. Vivimos sumergidos en la ilusión, el mito del control. Autoayúdate y genera pensamiento positivo. Puedes cambiar tu vida. Tú, sí. Tú y tus acciones. Ten fe en ti y tú contigo mismo podrás cambiar tu mundo. Vaya coñazo con la autoayuda. Un poco está bien, pero pretender que podemos controlar todo lo que nos pasa es de lunáticos. O sea, en toda la historia de la Humanidad todo quisqui se ha partido el espinazo por tratar de navegar de la mejor manera posible la vida, apechugando con lo apechugable, forjando lo forjable y aguantando lo (in)aguantable. Pero nosotros no. "¡Somos los mejores!". Yo me hago mi vida, me la como y me la guiso, así. Primero me la como y luego me la guiso, porque quiero. Como que cuando llueve no me mojo y tal. Porque no creo en la lluvia. Y cosas así. Pues no chavalada. Claro que nuestra vida la hacemos nosotros, pero muchas veces a pesar nuestro. La vida no siempre es el dócil caballo domado que nos lleva al galope, melena al viento y enfilando el amanecer. ¿Puede serlo? Sí. Pero también puede ser como ese gran danés cagón que es más fuerte que nosotros y nos arrastra por la calle en vez de ser nosotros quienes lo arrastremos. Es nuestro. Sí. Pero nos arrastra. Y encima hay que recoger sus cacas. Porque vivimos en un país semicivilizado (o sea que vale con recoger la mitad, ya se sabe). A lo que voy es que sí, la vida (el gran danés) es nuestra y donde estemos es porque allí estamos nosotros.
Dicho todo esto, acepto una parte de razón en los antivictimismos. O sea que sí, pesados autoayuderos, que cada uno hacemos nuestra vida, pero también es cierto que a veces nos arrastra. Supongo que siempre podemos darle puerta al gran perro, claro, y tratar de buscarnos otra metáfora de vida más agradable. Quizás ahí esté la principal decisión. Como lanzarse al río, oiga, aunque luego, si viene la crecida...
Y en esas estamos. Peregrinando contra la soledad, por el amor, por la compañía, por la pertenencia...desde el centro del barullo. Porque a veces la vida tiene estos contrastes. Estamos solos y nos sentimos arropados sabiendo que alguien, lejos, piensa en nosotros, apuesta por nosotros. Y estamos en una cocina llena de gente supuestamente cercana y nos sentimos tan solos como en el más triste de los desiertos. Y así es. ¿Qué se puede hacer? ¿Y por qué hacer nada? Siempre haciendo, haciendo. ¿Y si no hiciéramos nada? ¿Si sólo fuéramos, sintiésemos? No lo sé, por eso pregunto.
Un fuerte abrazo a los solitarios. No estáis solos.