Así se titula la ópera cómica de Rossini que vi en la Metropolitan el
otro día. Asiento de pie en la trasera de la platea a 32 dolarinis (en
la Opera de Viena 4 euros; viva Europa). Pero si comparamos con los
300 y pico que cuesta la platea sentada, un regalo vamos. Y la obra
fenomenal. Tenorizaba el peruano Juan Diego Flórez, magnífico, y la
soprano Pretty Yende, de Sudáfrica. Enorme y hermosísima. Gran, gran
performance. Muy graciosa y con una escenografía tremendamente viva.
Gozadón.
A ver si puedo acercarme otro día a ver Rigoletto.
lunes, 11 de febrero de 2013
martes, 5 de febrero de 2013
HARLEM
Me levanto a los seis de la mañana. La decrépita habitación del piso
10 del YMCA en la 135 y Lennox Avenue hierve de calor. Ha visto
tiempos mejores. También Harlem, que pasó por su Renacimiento y Edad Tenebrosa hasta llegar al actual eclecticismo filotécnico en que se está convirtiendo el mundo. Se nota que hay un negro en la Casa Blanca y que el blanco "más negro" de Estados Unidos ha abierto sus oficinas en el corazón de este histórico barrio étnico. Me refiero a Obama y a Bill Clinton respectivamente, claro. Harlem ha perdido un cierto colorido, pero lo ha hecho como lo pueden haber perdido, o transmutado, Brooklyn o cualquier Casco Viejo de la vieja Europa. Lo que no ha perdido es el trajín y algarabía de Nueva York, aunque incluso aquí hay un punto más de tranquilidad que en el corazón de Manhattan; más pausa, más espacio. Más sonrisa.
Me levanto a las seis y hace mucho calor aunque afuera nieva. Bajo a echar unas canastas al gimnasio y me encuentro con un adolescente, una prepúber y un "coach" ex-NBA dirigiendo su entrenamiento diario preescolar. Futuras estrellas o no. Por lo menos aprovechan el tiempo y hacen deporte, aunque la hora sea herética para cualquiera ajeno a la mentalidad usamericana. Paso a su lado y siento la vibración de los balones al botar contra el parqué. Llego a la otra canasta, con el aro pelín doblado. Me siento bien. Cojo el balón, me lo cruzo bajo las piernas, me elevo y lanzo. Adentro. ¿El cielo? Aquí, en el YMCA de Harlem.
10 del YMCA en la 135 y Lennox Avenue hierve de calor. Ha visto
tiempos mejores. También Harlem, que pasó por su Renacimiento y Edad Tenebrosa hasta llegar al actual eclecticismo filotécnico en que se está convirtiendo el mundo. Se nota que hay un negro en la Casa Blanca y que el blanco "más negro" de Estados Unidos ha abierto sus oficinas en el corazón de este histórico barrio étnico. Me refiero a Obama y a Bill Clinton respectivamente, claro. Harlem ha perdido un cierto colorido, pero lo ha hecho como lo pueden haber perdido, o transmutado, Brooklyn o cualquier Casco Viejo de la vieja Europa. Lo que no ha perdido es el trajín y algarabía de Nueva York, aunque incluso aquí hay un punto más de tranquilidad que en el corazón de Manhattan; más pausa, más espacio. Más sonrisa.
Me levanto a las seis y hace mucho calor aunque afuera nieva. Bajo a echar unas canastas al gimnasio y me encuentro con un adolescente, una prepúber y un "coach" ex-NBA dirigiendo su entrenamiento diario preescolar. Futuras estrellas o no. Por lo menos aprovechan el tiempo y hacen deporte, aunque la hora sea herética para cualquiera ajeno a la mentalidad usamericana. Paso a su lado y siento la vibración de los balones al botar contra el parqué. Llego a la otra canasta, con el aro pelín doblado. Me siento bien. Cojo el balón, me lo cruzo bajo las piernas, me elevo y lanzo. Adentro. ¿El cielo? Aquí, en el YMCA de Harlem.
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