ROMPER
LA ZONA DE COMFORT
RESUMEN
DE LO PUBLICADO EN “PENSAMIENTO ILIMITADO: CLAVES PARA SUPERAR PATRONES…”
Desde que nacemos nos vamos amoldando y
nos van moldeando para encajar en los distintos sistemas de los que formamos
parte (la familia, la clase social, el pueblo, el país, la raza…). El deseo de
pertenencia, de aceptación se hace adictivo desde muy pequeño y ello hace que
vayamos configurando nuestras decisiones y nuestras vidas en gran medida,
cuando no por completo, en función de los valores y expectativas de esos
sistemas y las personas que los forman. Si dichos valores y expectativas
estuviesen fundados sobre la claridad, el desapego, el amor y dirigidos hacia
nuestro propio interés, el conflicto (dolor) entre nuestra verdad interna y las
exigencias externas quedaría diluido. Pero generalmente no es así. Con
frecuencia los valores, los mensajes y las directrices que marcan nuestro
devenir no buscan nuestro desarrollo –aunque a veces la intención pueda ser
buena– sino que encubren, consciente o inconscientemente, el pensamiento y las
carencias de quienes los ofrecen, bien desde el entorno social como el
personal: “¿Cómo te van a dar a ti ese trabajo?” “No tienes voz, olvídate de
cantar”, “Lo que tienes no se cura”, “No sabes lo que vale un peine”… son
expresiones comunes –yo las he oído múltiples veces referidas a mi– que
esconden una visión limitada de la vida por parte de quien las profiere…y que
se quieren trasladar a otros, a veces con buena intención pero, a menudo, para
ahogar los propios miedos, ignorancias o frustraciones (mal de muchos, consuelo
de tontos). Esto puede suceder de manera consciente o inconsciente, voluntaria
o involuntaria, pero sucede.
Una de las pocas verdades absolutas es
que nadie puede vivir nuestra vida. La pregunta que podemos hacernos es si
nosotros queremos vivir la de otros.
Uno de los elementos que mantiene este puzle
adherido es el apego a la imagen. El deseo de ser aceptados nos hace buscar la
aprobación como si fuera una píldora mágica.
Pero ello puede conducirnos a llevar vidas desangeladas, no genuinas, alejadas de nuestro propósito. La falta de verdad en nuestras vidas se llena con subterfugios: comida, bebida, cacharros innecesarios, entretenimiento vacuo, alimentando rencores y conflictos en lugar de vivir en perdón, amor y disfrute. Cada vez más “estamos” más que “vivimos”. No queremos hacer frente al vacío que sentimos dentro y buscamos respuestas en los lugares equivocados: la agresividad, los excesos, la palabrería, la crítica hipócrita, el victimismo maniqueo…
Pero ello puede conducirnos a llevar vidas desangeladas, no genuinas, alejadas de nuestro propósito. La falta de verdad en nuestras vidas se llena con subterfugios: comida, bebida, cacharros innecesarios, entretenimiento vacuo, alimentando rencores y conflictos en lugar de vivir en perdón, amor y disfrute. Cada vez más “estamos” más que “vivimos”. No queremos hacer frente al vacío que sentimos dentro y buscamos respuestas en los lugares equivocados: la agresividad, los excesos, la palabrería, la crítica hipócrita, el victimismo maniqueo…
A VECES, EL RIESGO ESTÁ EN QUEDARSE EN LA ZONA
DE COMFORT
Un
médico le confiesa a un compañero que tiene problemas estomacales siempre que
bebe. “He probado de todo: whisky con mucha soda, vodka con media soda, ginebra
con solo un poquito de soda… pero siempre igual. No sé que tiene esta dichosa soda”.
Muchos de nosotros pasamos por la vida
como este médico. En lugar de mirarnos a nosotros mismos y a nuestras
actitudes, comportamientos etc. miramos hacia fuera. No se trata de autoflagelarnos,
¡cuidado!, sino de observarnos a nosotros mismos. Sin juzgar. De cobrar
conciencia. ¿Y si es el whisky o el vodka la causa de la nausea, no la soda?
Quizás la próxima vez decidamos tomar solo soda. A ver qué pasa.
Cuando hacemos esto empezamos a romper nuestra
imagen, o al menos a transformarla, a explorar fuera de nuestra zona de confort,
de seguridad.
No es fácil. La seguridad es muy
apetecible. Todos buscamos seguridad. Es algo natural. Pero, a veces, la seguridad
se convierte en una trampa, una cárcel. Es algo natural porque, claro, salir de
ese entorno “seguro” que nos hemos creado supone un riesgo.
—El
sofá tiene un clavito que me molesta mucho. Tengo que cambiar de postura constantemente
para no hacerme daño en el trasero; es una lata y me duele la cintura.
—Pues
cambia de sofá.
—Ya,
pero es que este sofá es un recuerdo de familia, es muy antiguo y me da pena
tirarlo.
—Pues
no lo tires. Cómprate uno nuevo y este lo guardas en el garaje.
—Pero
es que le tengo mucho cariño, y mi abuelo solía sentarse ahí. Me da reparo
dejarlo abandonado. En el garaje no hay sitio. Además, seguro que compro otro sofá
y no vale para nada; ya no los hacen como antes.
—Pues
arréglalo y te sientas tranquila.
—Si,
pero es que no encuentro un tapicero de confianza…
—¡Bueno,
pues sigue sentada con el clavo en el trasero!
Seguro que muchos nos vemos reflejados en
esta situación con algunas de las cosas que pasan en nuestras vidas. Buscamos
la zona de confort, lo conocido para sentirnos seguros, a gusto…y en realidad nos
arrebujamos en la incomodidad. Optamos por lo “malo conocido…” antes que por
tratar de cambiar la situación porque no sabemos qué va a ocurrir. Es una
sensación natural y conviene tratarnos con cariño, con amabilidad cuando nos
encontramos ante ella y nos cuesta dar el paso. De hecho, simplemente por ser
conscientes de esta situación hemos dado un gran paso en nuestra consciencia y
crecimiento porque muchas personas viven “pegadas” a situaciones vitales
infelices pero no son conscientes de que hay alternativas, de que pueden
cambiar su situación. Quizás no sea fácil, pero la opción existe.
Rosa
Parks nació y vivió en el sur de los Estados
Unidos cuando la segregación racial estaba consagrada en la ley. Un día de 1955,
cansada de jugar el papel que le habían asignado –mujer, raza negra, ciudadana
de segunda clase– dijo ¡basta! Ya vale. Se acabó. Cuando le ordenaron
levantarse de su asiento en el autobús para que se sentara un pasajero de raza
blanca dijo “no”. Había viajado en ese autobús cientos de veces. 40.000 personas negras
utilizaban diariamente el transporte público en su ciudad, Montgomery. El
pasajero que iba a su lado, también negro, se levantó. Pero ella no. El
conductor llamó a la policía, fue arrestada y juzgada. Más tarde Rosa relataría:
“La gente dice que no me levanté porque estaba cansada. Pero no es cierto…. De
lo único que estaba cansada era de aguantar… Lo único que tenía claro mientras
me arrestaban era que aquella era la última vez que iba a montar en un autobús
y sufrir aquella humillación”.
Rosa Parks podía haber dejado su asiento y
permanecido en la zona de confort, de seguridad legal y social (aunque
internamente se sintiera humillada por la situación). Podía haber seguido
viviendo con el dolor de la discriminación. No meterse en problemas. Aguantar.
Mañana será otro día. Igual que hoy.
Pero dijo no. Basta. Transformó su
imagen. Rompió su zona de confort. Vio más allá de lo que le habían
enseñado/inculcado/ordenado. Escuchó a su corazón, a su sentido de la dignidad,
de la humanidad, de la justicia. Cambió su vida y contribuyó a cambiar el
mundo.
Nuestros retos diarios quizás no tengan
la misma trascendencia que lo que afrontó la señora Parks. Pero pequeñas
decisiones pueden tener maravillosas consecuencias. A veces, el riesgo está en
quedarse en la zona de confort.