Escribía en el post 1 sobre Pensamiento ilimitado que vamos
construyendo nuestras vidas conforme a las expectativas y valores de otras
personas, de la sociedad, de la familia, de los sistemas en que hemos nacido y
hemos empezado a vivir. Evidentemente, hay aspectos de la socialización que son
útiles y necesarios para la supervivencia y un cierto desarrollo emocional.
Pero hay muchos aspectos del condicionamiento social que provienen de fuera y
que, con frecuencia, sirven únicamente para perpetuar ciertos roles y enmascarar
proyecciones de carencias y miedos de otras personas o de los propios sistemas
(familia, grupo de amigos, escuela/trabajo, país, etc.).
Es algo que se va produciendo con
naturalidad desde que somos niños. Ni la familia, ni el sistema educativo, ni
las estructuras sociales nos ofrecen “herramientas de vida” para aprender a
filtrar la frustración, la baja autoestima, la agresividad (pasiva y activa) o
la ignorancia que se esconden bajo muchos de los consejos, mensajes y mantras
que vamos escuchando desde que nacemos. Al contrario, son esos mismos sistemas,
personas y estructuras los que vehiculizan (consciente e inconscientemente)
muchos de los valores y conceptos que limitan y nos ponen el cordel a la pata,
como al elefante de la imagen. Expresiones como “no vales para esto”, “eres un
mal hijo/amigo etc.”, “si monto un circo me crecen los enanos”, “yo sería
incapaz de conseguir eso”, etc. son verbalizaciones de una perspectiva
limitadora de nuestras posibilidades.
[Quiero hacer un paréntesis para volver a
aclarar que ésta es una manera de ver las cosas que no es ni integral ni
excluyente. Hay muchos factores que pueden intervenir a la hora de forjar
nuestros caminos y limitar nuestros círculos de oportunidad. Desde causas
genéticas a contratos astrales (sí, sé que suena esotérico pero para muchas
personas son tan reales como un contrato hipotecario), pasando por
circunstancias de fuerza mayor. Habrá quien no comparta siquiera que exista
algo parecido al pensamiento limitado. Y quien tenga experiencias diversas e
incluso contrapuestas. Todo es respetable.
Yo hablo desde mis aprendizajes, mis
observaciones y mi experiencia. Llevo más de 30 años en este camino de
exploración y desarrollo a partir de serios problemas de salud física, psíquica
y espiritual, diversos traumas personales y duras situaciones familiares que me
impulsaron a esta maravillosa búsqueda. Creo firmemente en lo que presento y en
el poder de la observación y la consciencia para superar barreras y patrones
que limitan nuestro desarrollo personal, y para abrirnos a tener vidas más
felices y gratificantes.
No es una panacea ni una poción mágica.
Es un camino. Un proceso no lineal y que lleva tiempo para los cambios
profundos. Pero para avanzar hay que empezar en algún punto. Suena a cliché,
pero es la realidad. Y el mejor punto para empezar es éste. El momento
presente. La situación en la que nos encontramos. Más adelante trataré de esto
con más detalle].
LA
PÍLDORA DE LA APROBACIÓN: APEGO A LA IMAGEN
“Si la imagen
que yo tengo de ti te hace sentirte bien, te tendré bajo mi control y tendrás
miedo…miedo de cometer errores, de ser tú misma, de hacer o decir cualquier
cosa que estropee esa imagen. Has perdido la libertad de hacer algo
descabellado, de que se reían de ti y de que te ridiculicen, de hacer y decir
lo que concuerde con tu ser y no lo que encaje en la imagen que otros tienen de
ti” –Anthony De Mello
Todos tenemos una
imagen de nosotros mismos. Es natural tener una imagen propia. Lógicamente, es
agradable sentirnos cómodos, a gusto con ella. Es también natural que nuestra
imagen de nosotros mismos cambie, se vaya transformando con el tiempo. Sin
embargo, muchas veces ocurre que la imagen que hemos ido construyendo de
nosotros mismos está influenciada, por no decir basada, en las opiniones, las expectativas
y valores que nos llegan de otras personas.
Es a lo que se
refiere Anthony De Mello en esa cita. La sensación de soledad o de exclusión
puede ser opresiva y tremendamente desconcertante. Así que desde pequeños buscamos
sentirnos aceptados y queridos, y vamos aprendiendo pautas de conducta que
“disparan” la respuesta de aprobación por los demás.
A
mi me gusta quedarme en casa leyendo pero sé que a mi padre le gusta la
mecánica. A él no le gusta la lectura y habla con cierto desdén de los
intelectuales. Sé que si voy con él a ensuciarme las manos en el coche se va a
alegrar. A lo mejor empiezo a correr en rallys. Eso es lo que le gusta a mi
viejo y él me habla con entusiasmo y afecto cuando vengo de una carrera. Pero
aprendí que cuando traigo buenas notas o hablo apasionadamente del libro que
estoy leyendo, recibo silencio o una respuesta displicente. Si buscamos
aprobación, y durante una gran parte de nuestra vida (por no decir siempre) la
buscamos, eso nos lleva con frecuencia a un camino que no es el nuestro, una
imagen que no es nuestra porque ansiamos esa aprobación.
Y lo que surge de
una aparente necesidad emocional (la pertenencia/aceptación), acaba
transformándose en una especie de adicción. Es la “píldora de la aprobación”,
que nos permite sentirnos queridos y parte del grupo, sea familiar, en la
escuela, en la cuadrilla o la sociedad en conjunto. La adicción a la píldora de
la aprobación ofrece placer momentáneo (me
siento aceptado), pero muchas veces limita nuestra flexibilidad vital,
nuestra capacidad de ser nosotros mismos, de explorar nuestros límites,
nuestras ilusiones, de disfrutar de la vida de manera más genuina, más libre,
más natural. No siempre se trata de grandes objetivos o visiones; a veces ese
apego a la imagen, la adicción a la aprobación se manifiesta en cosas
aparentemente más sencillas, como la ropa (no me pongo corbata porque “no
quiero que piensen que soy un pijo”), el bar al que entro (odio el humo, pero
como a los ‘líderes’ de la cuadrilla les gusta…), mi actitud en el trabajo
(“hoy no tengo ninguna gana de hablar, pero como soy el chistoso de la oficina
habrá que cumplir…”), etc.
Obviamente, la
vida es compleja y nosotros mismos estamos en un proceso de cambio constante.
Cada día es distinto y hay veces que es oportuno e incluso necesario adaptarse
a situaciones que no son las ideales para nuestra forma de ser o pensar. A
nuestro ego le gusta sentirse aceptado. Hasta puede ser bueno desde un punto de
vista biológico sentirnos parte de algo. Aquí no se trata de establecer dogmas
ni de plantear premisas radicales. Es más un ejercicio de observación. ¿Qué
cedemos para ser aceptados? ¿Nos ponemos una máscara o somos honestos con
nosotros mismos? ¿Hacemos este tipo de cosas con frecuencia? ¿En qué
situaciones? ¿Con qué personas? ¿A quién contentamos/apaciguamos con nuestra
conducta?
Por otro lado,
quizás estamos satisfechos de nuestra vida y no sentimos ni percibimos ninguna
gran incongruencia entre lo que hacemos y nuestro propósito, nuestra verdad
interior. La imagen que tienen (o quieren) los demás de mi está en consonancia
con la que yo tengo y no hay fricción, no hay limitación alguna. Fenomenal.
Pero a veces sentimos
una sensación en el pecho, o en el estómago, o dolores de cabeza, u otras
manifestaciones físicas o psicológicas de que algo no cuadra. Tras una crisis
personal o un evento que nos despierta, quizás tras un proceso de reflexión
(cumplimos 30 años, 40, 50 y vemos que a nuestra vida le falta algo importante)
empezamos a ver que algo no cuadra. El instinto, la voz de nuestra alma nos
dice, nos insinúa–a veces con susurros y a veces a gritos– que no estamos
viviendo la vida que realmente deseamos, que corresponde a nuestra verdad
interior (no es tanto la comodidad puntual sino la sensación de ser honestos
con nosotros mismos a un nivel más esencial). A veces, ni siquiera sabemos cuál
es esa verdad, ese propósito vital, pero sí sabemos que nuestra vida no nos
llena. No se trata de querer más o menos
dinero, esta o aquella casa, un coche más o menos nuevo. No. Se trata de Vivir.
No de sobrevivir. Muchos sobrevivimos más que vivimos. Desafectados, tristes,
con la ilusión del nuevo día dentada por la supresión, los proyectos fallidos,
los gritos no dados, las lágrimas no derramadas, el amor no practicado. No
estamos alineados, y el cuerpo y el espíritu nos lo dicen. Son unos grandes
aliados y compañeros En realidad somos nosotros, no hay separación.
Y entonces, un
día, decidimos que ya vale. Decimos ¡basta! y empezamos a buscarnos. Empezamos
a despegarnos de la imagen que gusta a los demás y que hemos construido con
ideas equivocadas, o que, simplemente, antes sirvieron y ya no. Empezamos a vivir,
poquito a poquito, una vida en tres dimensiones, con perspectiva, con aire, y
no en dos, pegados a nuestras reacciones aprendidas.
Comenzamos a elaborar
una imagen flexible, sana, más cercana a nuestra verdad y propósito. Pero sobre
todo, una imagen que es nuestra, no la que nuestros padres, nuestros hermanos,
la escuela, la cuadrilla o “la calle” quieren que tengamos. No. La nuestra.
¿Qué mayor triunfo en la vida que vivir NUESTRA vida? Esto no quiere decir que
haya que hacer necesariamente cosas “importantes”, amasar grandes fortunas o
descubrir la piedra filosofal. Se trata simplemente de Vivir, de respirar, de sonreír,
de tomar nuestras propias decisiones, avanzar o esperar, dar las gracias por
estar aquí, tomar un café o aprender a decir “NO”.
Nuestro
pensamiento se va ensanchando. No está limitado por los cordeles, las barreras
mentales de otros. Respiro luego existo. Existo luego Vivo.
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