El mundo es un algoritmo. Llegó la matrix y se
quedó.
¿Quién necesita lengua para hablar y materia gris
para procesar-pensar? Aparentemente, nadie. Tenemos el algoritmo de Facebook,
esa maravillosa herramienta que nos permite tener miles de amigos sin salir de
casa. Amigos virtuales, o sea, no reales. Pero no importa, el algoritmo es
cojonudo y mola mazo. Compren ustedes acciones de Facebook porque además de
pulir al cero sus habilidades sociales le ayudarán a perder dinero. Eso sí, no
puede culpar a nadie porque ya se sabe que cada uno construimos nuestra propia
vida con nuestras decisiones; estamos en el mundo de la autoafirmación y la autosuficiencia, o sea
que a apechugar. Además, el folleto de la salida a Bolsa del engendro feisbukiano ya informaba vagamente de que las inversiones en Bolsa conllevan un riesgo y se
puede perder dinero, como en Bankia. Que se lo pregunten si no a mister
De Rato, que tampoco sabía nada de la mierda de activos que tenía en el
banquillo antes de ponerlos a jugar en la Liga Ibex 35. Menudo entrenador. Y
eso que fue ministro de Economía y Director del Fondo Monetario Internacional.
¿En qué manos estamos?
En las de los algoritmos.
Porque resulta que ahora los algoritmos también
rigen el mundo financiero, o sea nuestras vidas. Parece que la vida ha quedado
reducida al tipo de interés y la prima de riesgo, que no la prima de Riego, que
seguro que era más simpática que esta cosa que nos quieren meter por el bozal
como si fuéramos primos. Lo peor no es que una horda de barbilampiños recién egresados de
facultades de empresariales sobrevaloradas y jactanciosas y sus engolados jefes manejen los designios
de Grecia, España, Italia —cualquier país que le ponga aceite de oliva a las ensaladas—, trasegando cada día billones de euros, dólares y demás divisas, sino que encima
no tienen ni puta idea de lo que hacen. Decía hace poco un broker en The New York
Times: "Algunos [brokers] se fijan en los modelos
[matemáticos], sin hacerse ninguna pregunta". Otro corredor comentaba que acababa de
negociar 3.000 millones de euros: "Es fácil perderse con tantos
ceros", aseguraba. Fantástico. Manejan la deuda española en función de
fórmulas matemáticas con muchos ceros en las que luego se pierden. Esta es la gente que gobierna a los que nos gobiernan.
Perfectamente lógico. Es la maravilla del mundo
moderno, clínicamente limpio y financiocrático. ¿Teniendo estos magníficos
algoritmos matemáticos y estos buenos chicos perfectamente educados e ignorantes
en casi todo, para
qué necesitamos filósofos, pensadores, maestros, actores, artistas y, claro está, políticos?
Por si fuera poco, parece que han elaborado un
algoritmo (porque los algoritmos se elaboran, como las pizzas, no se descubren)
para identificar las fuentes de los rumores. Sí, sí, los rumores. Por favor.
Supongo que se habrán divertido haciendo la pizza-algoritmo. A veces no sé qué
es peor de este mundo hipertecnologizado, si nuestra creciente dependencia de
aparatos esclavizantes (móvil, iPhone, tabletámenes varios) o la obsesión a compulsiva de algunas tribus científicas a algoritmizar la vida como si no hubiera (mejores) maneras de contribuir al bienestar público. Cualquier día
algoritmizarán los ritmos electorales de los pueblos y ya no habrá que ir a
votar; bastará con correr el algoritmo et ¡voila!, nos sale el gobierno que nos toca -¡¡yupiiii!! No es que últimamente votar sirva para mucho pero, hombre, que nos dejen la ilusión ¿no?
En fin. Dejemos las
decisiones sobre nuestras vidas en manos de bancos, casas de corretaje y algoritmizadores de vario pelo, hagámonos la foto para
Facebook y lancemos un Twitter, convenientemente algoritimizado, para que todo
el mundo sepa quién ha sido. Aunque claro, ¿quién es el guapo que lanza bulos
si se puede saber de dónde provienen? ¿Quién es la lista que planta una trampa en Internet para que caigan los incautos? Mira tú por donde,
a ver si el algoritmo rumorológico al final va a servir para que volvamos a
usar la lengua, el papel, el boli…y el sentido común. Ya te digo…
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