sábado, 5 de enero de 2013

CUENTITO DE REYES


"Buenas noches, abuela, que duermas bien". La puerta se cerró suavemente y Elisa tiró del edredón para taparse bien. Sus deditos sobresalían por encima como si se agarrara a una barandilla desde la que vislumbrar un campo, por ejemplo. Pero ella miró al techo en penumbra. Empezó a contar los pasos de su abuela en el pasillo: uno...dos...tres...cuatro... así hasta ocho. Luego oyó la cisterna del baño, la puerta de su habitación y el silencio. Llegado este momento, todas las noches apagaba la lamparilla, se giraba a su derecha y cerraba los ojos. Pero esta noche no. Esta noche Elisa miraba las grietas del techo con los ojos bien, bien abiertos. En pocos minutos le empezaron a llegar los ronquidos de la abuela desde el otro lado de la pared. Primero un ronroneo y poco a poco unos resoplidos como de dragón asmático. No le importó. Estaba acostumbrada. Quería a su abuela. La mejor abuela del mundo, les decía a sus amiguitas cuando venían a pasar la noche a su casa y se quedaban espantadas con los alaridos que llegaban de la otra habitación.

Además, Elisa siempre se quedaba roque en un santiamén, pero hoy no. Hoy sus grandes pestañas no se caían; sus ojos no podían cerrarse. En el techo no había ningún bicho ni ninguna telaraña desde que el señor Luján las limpiara hace dos semanas, coincidiendo con que había comprado una nueva escoba de madera china que quería probar. La razón de su insomnio era otra, mucho más importante. La Yenifer le había dicho que los Reyes no existen, que son, en realidad, los padres. Era la noche del 5 al 6 de Enero y el estómago le bullía. No le había dicho nada a la abuela. ¿Qué le iba a contar? Nada. Estas cosas son cosas de niños y es mejor que se queden así; los mayores no entienden nada de esto.

Todo el mundo en la escuela sabía que la Yenifer hablaba demasiado y contaba unas trolas impresionantes, pero ésta era excesiva. Con estas cosas no se juega, pensaba Elisa. Una cosa es inventarse de dónde vienen los bebés o las razones por las que a los chicos les gusta hacer concursos de a ver quién mea más lejos. Otra muy distinta jugar con los Reyes. ¡Los Reyes! Elisa no la creyó, pero como suele suceder con las cosas que se dicen de más, casi siempre dejan un poso raro en el corazón de quienes las escuchan. Por eso ahora Elisa estaba intranquila. La carta que les había escrito a los Reyes estaba clara; la dirección también. Además se había asegurado de que el paje la metía en el saco y no la dejaba tirada por ahí, como el año pasado con la carta de Juanete, el vecino de arriba, que se debió perder porque no le trajeron nada. Todo estaba controlado; hasta esa misma mañana, Elisa había soñado con el juego de química y las gordas manoplas de lana, violetas y amarillas, que había visto en la juguetería/mercería de la señorita Sastiberrikoetxea. No podía ser. La Yenifer se lo había inventado, seguro. Pero...¿y si era verdad? Imposible. Si los había visto en la Cabalgata... Estaban los tres allí, montados en sus mulas, y todos los padres y madres estaban también en la calle, viéndola pasar. Bueno, todos no. Sus padres no.

El reloj de cuco sonaba en el pasillo. Dieron las 12. ¿Y si son de verdad los padres? Lo pensó y sintió mariposas en el estómago. Le inquietaba esta posibilidad, pero con la Yenifer nunca se sabía. Contaba trolas gordas pero alguna vez que se rieron de ella luego resultó ser verdad lo que había dicho. Elisa sonrió. Ojalá esta vez también tenga razón, pensó. Movió el dedo índice derecho y se limpió el moquillo; ¡qué frío hacía en aquella casa! El edredón era cálido pero la cara se congelaba. Algunas veces se cubría completamente o se escurría hacia los pies de la cama y luego soñaba que estaba en la barriga de su mamá, como imaginaba que debía haber estado antes de nacer. 
Notó que los párpados se le caían. Ahora sí, apagó la luz y se giró sobre sí misma, hacia la derecha, y cerró los ojos. Lo tenía decidido: por la mañana se levantaría muy, muy temprano. Si los Reyes eran, en realidad, los padres, quería pillarles en el momento de dejar los regalos. Quería hablar con ellos y preguntarles por qué se habían ido y la había dejado sola. Y que si podían venir a dejar los regalos también podían quedarse a desayunar con ella y la abuela. Y que podían darle un abrazo y muchos besos. Y ella podría decirles que les echaba mucho de menos y que a veces lloraba por las noches pensando en ellos. Y que si ellos eran los Reyes, no le importaba nada que en vez de dejarle lo que ella pedía le dejaran una blusa hecho a mano y unas medias remendadas, como todos los años... Mira que si la Yenifer tiene razón y los Reyes son los padres...¡Eso sí que sería un regalo!...pensó. Y se durmió en paz. Las mariposas habían volado.

AND THE WINNER IS...