lunes, 26 de noviembre de 2018

"LIBERTAD, LIBERTAD

"…sin ira LIBERTAD, y si no la hay sin duda la habrá..", cantaba Jarcha durante la pre-transición.

No tengo ni idea de si se han cumplido las idealísticas aspiraciones de los componentes del grupo y de la gente que coreaba la canción. Supongo que para los Felipes Gonzalezes y Cías de similar pelo el país ha seguido una ruta fetén en el ámbito de las libertadas y somos la ostia, un ejemplo a seguir. No negaré que en muchos aspectos hemos avanzado hacia adelante desde aquella deprimente época–y digo deprimente porque si vivías en un pueblo del Goierri como yo, aquella época fue sí, deprimente–. Pero no es cosa de irse hacia cosas tristes; para eso ya tenemos los "informativos" de Tele 5 (vaya bodrio de noticiarios). Dejaré los paréntesis. Decía que para la casta política que encabezó la transición España es un ejemplo, o eso es lo que nos ha vendido la maquinaria propagandística pluto-política del estado que tenemos en el que un puñado de élites empresariales en connivencia con un importante –no todo– sector político se jaman el cotarro mientras la plebe, en sentido literal, chupa rueda con la lengua fuera.

Salía hace poco una encuesta en los medios que indica que los españoles, y según los datos, más las españolas, vivimos hiperagobiados, entre otras cosas por la falta de plata, o sea dinero. Los miembros de la casta pluto-política se harán los suecos y "negarán la mayor" (vacua y pomposa expresión popularizada, casualmente, por el ex presidente del bigote) mientras se toman un martini a la espera de que sus caniches –literales o figuradas– reciban su masaje dominical.

Pero no, algo hay. No es normal lo que pasa en este país, por mucho que traten de lavarnos el cerebro con bazofia envuelta en papel de información.

¿Somos más libres que en 1976? Si por libertad entendemos ir de guays y megacontestatarias por fumarnos un peta en el bar, ¡hala! porque a mi nadie me dice lo que tengo que hacer, seguro. Somos hiperlibres y estupendas. Pero si por libertad entendemos tener la mente abierta para tolerar y respetar –incluso haciendo valer– opiniones diferentes o contrarias defendidas con el mismo respeto, desde el bar hasta el Tribunal Constitucional, pasando por el Congreso o una asamblea de mujeres, entonces la cosa ya es más dudosa. Y si por libertad entendemos tener la tranquilidad y confianza de que los ladrones políticos e institucionales que han esquilmado al país durante décadas vayan al trullo mediante una actuación judicial rápida y eficaz, te cagas: ya te puedes comprar un cómic del Capitán América y una bolsa de pipas que la cosa va para rato. Ejem.

Así que chavalada de Jarcha, en España, libertad…bueno, en cierto modo sí. Pero en otro cierto modo, lamentablemente no. Y llevamos ya 40 años, que son tela. Normal que la gente esté agobiada. Y menos mal que tenemos al Madrid y al Barca para dispersar la frustración y encaminarla hasta algo tan productivo como el fútbol. ¿O no?

lunes, 16 de enero de 2017

PENSAMIENTO ILIMITADO: CLAVES PARA ROMPER PATRONES QUE ATASCAN NUESTRAS VIDAS (4)


EL MIEDO

"Lo que nos mantiene en un estado de infelicidad y atascados con una visión limitada de la realidad es nuestra tendencia a buscar el placer y evitar el dolor…a buscar la comodidad y evitar la incomodidad".
Pema Chödrön

O sea, que el miedo juega un papel primordial para que no salgamos de nuestra "zona de confort". El miedo al dolor, a no cumplir con nuestras expectativas, a encontrarnos con partes de nosotros mismos que no nos gustan, al fracaso. Miedo.

Está claro que el miedo es también una de las herramientas genéticas que los seres humanos tenemos a nuestra disposición. El miedo cumple una función biológica perfectamente entendible en la evolución del ser humano. Si se aproxima un incendio o un atracador nos apunta con una pistola, por poner dos ejemplos peregrinos (y modernos) pero perfectamente posibles, correr por miedo a las llamas, o quedarnos quietos para evitar a que el atracador se ponga nervioso y nos pegue un tiro se antojan como dos reacciones sabiamente alineadas con el instinto de supervivencia y con la herramienta que nos ha dado la madre Naturaleza para entender que nuestra vida corre peligro: el miedo.

Pero el miedo también se enmascara en otras emociones y actitudes (la inquietud, la negatividad, el rencor, la crítica constante, el desprecio, el narcisismo, la sobrevaloración de lo propio a expensas de lo ajeno, el aislamiento, la burla…), y puede bien paralizarnos o bien llevarnos a actuar de forma distinta a lo que nuestra intención original y no condicionada nos hubiera llevado, limitando de alguna manera nuestro campo de actuación, nuestro círculo de oportunidad, nuestro pensamiento. 

Así es. Muchas veces, no hacemos cosas por el miedo proyectado por otras personas. Ellas tienen miedo y somos nosotros los que nos limitamos. Cedemos nuestro poder.

¡Aurorita, no entres ahí que te vas a ensuciar! le grita su madre. A sus 5 añitos, Aurora está explorando el mundo. Ella solo ve un trozo magnífico y fresco de yerba verde, un jardín maravilloso donde revolcarse y jugar. Pero su madre ve allí barro, más carga de lavado y, peor aún, la posibilidad de que su hija se tropiece en alguna piedra y se haga daño. Aurora le hace caso a su madre y se queda en el borde del prado, mirando con envidia a sus amigas más valientes o con madres menos neuróticas. De ahora en adelante, la niña quizás se lo piense mucho antes de jugar en la yerba. Su círculo de oportunidad se reduce, no por su propia experiencia evolutiva, sino por el miedo transferido de otra persona. Qué pena, ¡con lo bonito que es jugar en la yerba y ensuciarse. Seguro que te vienen a la cabeza ejemplos parecidos que hayas experimentado, tanto en tu niñez como de adulta.

Importante recordar que a lo largo de la vida nos encontraremos en AMBOS lados de la barrera y es bueno prestar atención, ser conscientes de cuándo nos lo hacen, pero también cuando lo estamos haciendo.

Hay dos grandes fuerzas en la vida: MIEDO y AMOR. El miedo es lo que comunica, lo que tienen en común las actitudes y lo patrones de pensamientos que limitan nuestro círculo de oportunidad. Tanto si nos preocupa saltarnos un pensamiento colectivo (familiar, por ejemplo), como si nos apegamos a nuestras expectativas y nuestra imagen, como si nos cuesta salir de nuestra zona de confort. Todo está relacionado con el arquetipo del miedo. ¿Cuando alguien nos ridiculiza por llevar pantalones cortos o nos advierten por llevar la falda demasiado larga? Su propia inseguridad le impele a reaccionar atacando. Quizás tiene MIEDO de afrontar su falta de valentía para hacer lo mismo (porque a él también le suda la entrepierna y le encantaría ir fresco). Tiene miedo de "consecuencias" potenciales/imaginadas de hacer algo distinto al grupo (LA CUADRILLA): abandono, expulsión (FAMILIA: pérdida de honor, imagen social etc.).

La ignorancia, el NO ENTENDER ALGO puede crear INSEGURIDAD. Y la inseguridad, que es una forma de miedo, se transforma en amenaza y puede crear irritación y agresividad.

El miedo, con sus cualidades pegajosas, hurañas, restrictivas actúa de vehículo limitador y nos mantiene en nuestra zona de confort—que no de felicidad ni bienestar. Muchas veces confundimos el confort, la comodidad y el bienestar, pero no son lo mismo. De hecho, muchas veces nos mantenemos en esa zona de confort a pesar de la infelicidad que nos genera. ¿La razón?: porque nos da seguridad, y esa seguridad nos vale más que el miedo al cambio. Al menos hasta que no aguantamos el dolor y decimos basta, como Rosa Parks (ver el post anterior).


lunes, 22 de agosto de 2016

PENSAMIENTO ILIMITADO: CLAVES PARA ROMPER PATRONES QUE ATASCAN NUESTRAS VIDAS (3)


ROMPER LA ZONA DE COMFORT

RESUMEN DE LO PUBLICADO EN “PENSAMIENTO ILIMITADO: CLAVES PARA SUPERAR PATRONES…”

Desde que nacemos nos vamos amoldando y nos van moldeando para encajar en los distintos sistemas de los que formamos parte (la familia, la clase social, el pueblo, el país, la raza…). El deseo de pertenencia, de aceptación se hace adictivo desde muy pequeño y ello hace que vayamos configurando nuestras decisiones y nuestras vidas en gran medida, cuando no por completo, en función de los valores y expectativas de esos sistemas y las personas que los forman. Si dichos valores y expectativas estuviesen fundados sobre la claridad, el desapego, el amor y dirigidos hacia nuestro propio interés, el conflicto (dolor) entre nuestra verdad interna y las exigencias externas quedaría diluido. Pero generalmente no es así. Con frecuencia los valores, los mensajes y las directrices que marcan nuestro devenir no buscan nuestro desarrollo –aunque a veces la intención pueda ser buena– sino que encubren, consciente o inconscientemente, el pensamiento y las carencias de quienes los ofrecen, bien desde el entorno social como el personal: “¿Cómo te van a dar a ti ese trabajo?” “No tienes voz, olvídate de cantar”, “Lo que tienes no se cura”, “No sabes lo que vale un peine”… son expresiones comunes –yo las he oído múltiples veces referidas a mi– que esconden una visión limitada de la vida por parte de quien las profiere…y que se quieren trasladar a otros, a veces con buena intención pero, a menudo, para ahogar los propios miedos, ignorancias o frustraciones (mal de muchos, consuelo de tontos). Esto puede suceder de manera consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria, pero sucede.

Una de las pocas verdades absolutas es que nadie puede vivir nuestra vida. La pregunta que podemos hacernos es si nosotros queremos vivir la de otros.

Uno de los elementos que mantiene este puzle adherido es el apego a la imagen. El deseo de ser aceptados nos hace buscar la aprobación como si fuera una píldora mágica. 




Pero ello puede conducirnos a llevar vidas desangeladas, no genuinas, alejadas de nuestro propósito. La falta de verdad en nuestras vidas se llena con subterfugios: comida, bebida, cacharros innecesarios, entretenimiento vacuo, alimentando rencores y conflictos en lugar de vivir en perdón, amor y disfrute. Cada vez más “estamos” más que “vivimos”. No queremos hacer frente al vacío que sentimos dentro y buscamos respuestas en los lugares equivocados: la agresividad, los excesos, la palabrería, la crítica hipócrita, el victimismo maniqueo…

 A VECES, EL RIESGO ESTÁ EN QUEDARSE EN LA ZONA DE COMFORT
Un médico le confiesa a un compañero que tiene problemas estomacales siempre que bebe. “He probado de todo: whisky con mucha soda, vodka con media soda, ginebra con solo un poquito de soda… pero siempre igual. No sé que tiene esta dichosa soda”.

Muchos de nosotros pasamos por la vida como este médico. En lugar de mirarnos a nosotros mismos y a nuestras actitudes, comportamientos etc. miramos hacia fuera. No se trata de autoflagelarnos, ¡cuidado!, sino de observarnos a nosotros mismos. Sin juzgar. De cobrar conciencia. ¿Y si es el whisky o el vodka la causa de la nausea, no la soda? Quizás la próxima vez decidamos tomar solo soda. A ver qué pasa.

Cuando hacemos esto empezamos a romper nuestra imagen, o al menos a transformarla, a explorar fuera de nuestra zona de confort, de seguridad.

No es fácil. La seguridad es muy apetecible. Todos buscamos seguridad. Es algo natural. Pero, a veces, la seguridad se convierte en una trampa, una cárcel. Es algo natural porque, claro, salir de ese entorno “seguro” que nos hemos creado supone un riesgo.

El sofá tiene un clavito que me molesta mucho. Tengo que cambiar de postura constantemente para no hacerme daño en el trasero; es una lata y me duele la cintura.

—Pues cambia de sofá.

—Ya, pero es que este sofá es un recuerdo de familia, es muy antiguo y me da pena tirarlo.

—Pues no lo tires. Cómprate uno nuevo y este lo guardas en el garaje.

—Pero es que le tengo mucho cariño, y mi abuelo solía sentarse ahí. Me da reparo dejarlo abandonado. En el garaje no hay sitio. Además, seguro que compro otro sofá y no vale para nada; ya no los hacen como antes.

—Pues arréglalo y te sientas tranquila.

—Si, pero es que no encuentro un tapicero de confianza…

—¡Bueno, pues sigue sentada con el clavo en el trasero!

Seguro que muchos nos vemos reflejados en esta situación con algunas de las cosas que pasan en nuestras vidas. Buscamos la zona de confort, lo conocido para sentirnos seguros, a gusto…y en realidad nos arrebujamos en la incomodidad. Optamos por lo “malo conocido…” antes que por tratar de cambiar la situación porque no sabemos qué va a ocurrir. Es una sensación natural y conviene tratarnos con cariño, con amabilidad cuando nos encontramos ante ella y nos cuesta dar el paso. De hecho, simplemente por ser conscientes de esta situación hemos dado un gran paso en nuestra consciencia y crecimiento porque muchas personas viven “pegadas” a situaciones vitales infelices pero no son conscientes de que hay alternativas, de que pueden cambiar su situación. Quizás no sea fácil, pero la opción existe.

Rosa Parks nació y vivió en el sur de los Estados Unidos cuando la segregación racial estaba consagrada en la ley. Un día de 1955, cansada de jugar el papel que le habían asignado –mujer, raza negra, ciudadana de segunda clase– dijo ¡basta! Ya vale. Se acabó. Cuando le ordenaron levantarse de su asiento en el autobús para que se sentara un pasajero de raza blanca dijo “no”. Había viajado en ese autobús cientos de veces. 40.000 personas negras utilizaban diariamente el transporte público en su ciudad, Montgomery. El pasajero que iba a su lado, también negro, se levantó. Pero ella no. El conductor llamó a la policía, fue arrestada y juzgada. Más tarde Rosa relataría: “La gente dice que no me levanté porque estaba cansada. Pero no es cierto…. De lo único que estaba cansada era de aguantar… Lo único que tenía claro mientras me arrestaban era que aquella era la última vez que iba a montar en un autobús y sufrir aquella humillación”.

Rosa Parks podía haber dejado su asiento y permanecido en la zona de confort, de seguridad legal y social (aunque internamente se sintiera humillada por la situación). Podía haber seguido viviendo con el dolor de la discriminación. No meterse en problemas. Aguantar. Mañana será otro día. Igual que hoy.

Pero dijo no. Basta. Transformó su imagen. Rompió su zona de confort. Vio más allá de lo que le habían enseñado/inculcado/ordenado. Escuchó a su corazón, a su sentido de la dignidad, de la humanidad, de la justicia. Cambió su vida y contribuyó a cambiar el mundo.

Nuestros retos diarios quizás no tengan la misma trascendencia que lo que afrontó la señora Parks. Pero pequeñas decisiones pueden tener maravillosas consecuencias. A veces, el riesgo está en quedarse en la zona de confort. 











miércoles, 3 de febrero de 2016

DEL SILENCIO Y LA PALABRA (Retomado de hace unos años)

El silencio y la palabra. Bienes preciosos, que no siempre preciados.
Las palabras importan. Y el silencio también. Hay quien dice que las
palabras no matan, que no hacen daño. Algunos dicen esto como defensa,
para intentar protegerse de la metralla escupida por las
palabras que ellos dicen no tener potencial destructivo. Paradoja. Otros
usan la frase para decretarse inmunidad ante los efectos hirientes de
su propio discurso. ¿Cobardía? ¿Inconsciencia? ¿Malicia? Paradoja.
Porque si no fueran conscientes de que la palabra produce efecto, no
la utilizarían. Porque la utilizan para herir (hacer daño), o la
utilizan para aliviarse (buen bálsamo). Las palabras importan, y mucho.
Y el silencio importa tanto como la palabra. Sin embargo, qué poco y
qué mal lo utilizamos. Cuando tenemos que callar, hablamos, gritamos,
mentimos, insultamos o nos excusamos. Cuando tenemos que decir algo,
comunicar, compartir, expresar, animar, apreciar, reconocer, callamos.
¿Por qué tal desajuste? Somos como imanes de polos iguales que nunca
llegan a unirse. Muchas personas nunca acaban de encontrar ese
equilibrio, esa paz que permite expresar lo verdadero y callar lo falso.
O denunciar lo falso y aceptar en silencio lo verdadero. Conflicto. Será éste el sino
humano. La búsqueda de la imperfección consciente y la aceptación del
cuadrado de cinco lados. Mirada al espejo. Con esto ya habremos dado un paso existencial hacia la felicidad. Luego queda el viaje exterior, con velas desplegadas, corazón en la mano y programa de 12 pasos. Pero esto ya es más difícil.
Qué valioso es el silencio empleado en su punto, como el aderezo de sal
a una comida. Qué corrosivo es cuando no se sabe manejar. Por ignorancia o por incompetencia. Peor aún, por arrogancia. Igual que las palabras. Qué instrumentos tan sencillos, tan hermosos. Qué regalos. Y tan torpemente manejados. ¿Quién dijo que el ser humano es inteligente?
Me pido una dosis de humildad para compartir.

jueves, 28 de enero de 2016

PENSAMIENTO ILIMITADO: CLAVES PARA ROMPER PATRONES QUE ATASCAN NUESTRAS VIDAS (2)

Escribía en el post 1 sobre Pensamiento ilimitado que vamos construyendo nuestras vidas conforme a las expectativas y valores de otras personas, de la sociedad, de la familia, de los sistemas en que hemos nacido y hemos empezado a vivir. Evidentemente, hay aspectos de la socialización que son útiles y necesarios para la supervivencia y un cierto desarrollo emocional. Pero hay muchos aspectos del condicionamiento social que provienen de fuera y que, con frecuencia, sirven únicamente para perpetuar ciertos roles y enmascarar proyecciones de carencias y miedos de otras personas o de los propios sistemas (familia, grupo de amigos, escuela/trabajo, país, etc.).

Es algo que se va produciendo con naturalidad desde que somos niños. Ni la familia, ni el sistema educativo, ni las estructuras sociales nos ofrecen “herramientas de vida” para aprender a filtrar la frustración, la baja autoestima, la agresividad (pasiva y activa) o la ignorancia que se esconden bajo muchos de los consejos, mensajes y mantras que vamos escuchando desde que nacemos. Al contrario, son esos mismos sistemas, personas y estructuras los que vehiculizan (consciente e inconscientemente) muchos de los valores y conceptos que limitan y nos ponen el cordel a la pata, como al elefante de la imagen. Expresiones como “no vales para esto”, “eres un mal hijo/amigo etc.”, “si monto un circo me crecen los enanos”, “yo sería incapaz de conseguir eso”, etc. son verbalizaciones de una perspectiva limitadora de nuestras posibilidades.

[Quiero hacer un paréntesis para volver a aclarar que ésta es una manera de ver las cosas que no es ni integral ni excluyente. Hay muchos factores que pueden intervenir a la hora de forjar nuestros caminos y limitar nuestros círculos de oportunidad. Desde causas genéticas a contratos astrales (sí, sé que suena esotérico pero para muchas personas son tan reales como un contrato hipotecario), pasando por circunstancias de fuerza mayor. Habrá quien no comparta siquiera que exista algo parecido al pensamiento limitado. Y quien tenga experiencias diversas e incluso contrapuestas. Todo es respetable.

Yo hablo desde mis aprendizajes, mis observaciones y mi experiencia. Llevo más de 30 años en este camino de exploración y desarrollo a partir de serios problemas de salud física, psíquica y espiritual, diversos traumas personales y duras situaciones familiares que me impulsaron a esta maravillosa búsqueda. Creo firmemente en lo que presento y en el poder de la observación y la consciencia para superar barreras y patrones que limitan nuestro desarrollo personal, y para abrirnos a tener vidas más felices y gratificantes.
No es una panacea ni una poción mágica. Es un camino. Un proceso no lineal y que lleva tiempo para los cambios profundos. Pero para avanzar hay que empezar en algún punto. Suena a cliché, pero es la realidad. Y el mejor punto para empezar es éste. El momento presente. La situación en la que nos encontramos. Más adelante trataré de esto con más detalle].

LA PÍLDORA DE LA APROBACIÓN: APEGO A LA IMAGEN

“Si la imagen que yo tengo de ti te hace sentirte bien, te tendré bajo mi control y tendrás miedo…miedo de cometer errores, de ser tú misma, de hacer o decir cualquier cosa que estropee esa imagen. Has perdido la libertad de hacer algo descabellado, de que se reían de ti y de que te ridiculicen, de hacer y decir lo que concuerde con tu ser y no lo que encaje en la imagen que otros tienen de ti” –Anthony De Mello

Todos tenemos una imagen de nosotros mismos. Es natural tener una imagen propia. Lógicamente, es agradable sentirnos cómodos, a gusto con ella. Es también natural que nuestra imagen de nosotros mismos cambie, se vaya transformando con el tiempo. Sin embargo, muchas veces ocurre que la imagen que hemos ido construyendo de nosotros mismos está influenciada, por no decir basada, en las opiniones, las expectativas y valores que nos llegan de otras personas.

Es a lo que se refiere Anthony De Mello en esa cita. La sensación de soledad o de exclusión puede ser opresiva y tremendamente desconcertante. Así que desde pequeños buscamos sentirnos aceptados y queridos, y vamos aprendiendo pautas de conducta que “disparan” la respuesta de aprobación por los demás.

A mi me gusta quedarme en casa leyendo pero sé que a mi padre le gusta la mecánica. A él no le gusta la lectura y habla con cierto desdén de los intelectuales. Sé que si voy con él a ensuciarme las manos en el coche se va a alegrar. A lo mejor empiezo a correr en rallys. Eso es lo que le gusta a mi viejo y él me habla con entusiasmo y afecto cuando vengo de una carrera. Pero aprendí que cuando traigo buenas notas o hablo apasionadamente del libro que estoy leyendo, recibo silencio o una respuesta displicente. Si buscamos aprobación, y durante una gran parte de nuestra vida (por no decir siempre) la buscamos, eso nos lleva con frecuencia a un camino que no es el nuestro, una imagen que no es nuestra porque ansiamos esa aprobación.

Y lo que surge de una aparente necesidad emocional (la pertenencia/aceptación), acaba transformándose en una especie de adicción. Es la “píldora de la aprobación”, que nos permite sentirnos queridos y parte del grupo, sea familiar, en la escuela, en la cuadrilla o la sociedad en conjunto. La adicción a la píldora de la aprobación ofrece placer momentáneo (me siento aceptado), pero muchas veces limita nuestra flexibilidad vital, nuestra capacidad de ser nosotros mismos, de explorar nuestros límites, nuestras ilusiones, de disfrutar de la vida de manera más genuina, más libre, más natural. No siempre se trata de grandes objetivos o visiones; a veces ese apego a la imagen, la adicción a la aprobación se manifiesta en cosas aparentemente más sencillas, como la ropa (no me pongo corbata porque “no quiero que piensen que soy un pijo”), el bar al que entro (odio el humo, pero como a los ‘líderes’ de la cuadrilla les gusta…), mi actitud en el trabajo (“hoy no tengo ninguna gana de hablar, pero como soy el chistoso de la oficina habrá que cumplir…”), etc.


Obviamente, la vida es compleja y nosotros mismos estamos en un proceso de cambio constante. Cada día es distinto y hay veces que es oportuno e incluso necesario adaptarse a situaciones que no son las ideales para nuestra forma de ser o pensar. A nuestro ego le gusta sentirse aceptado. Hasta puede ser bueno desde un punto de vista biológico sentirnos parte de algo. Aquí no se trata de establecer dogmas ni de plantear premisas radicales. Es más un ejercicio de observación. ¿Qué cedemos para ser aceptados? ¿Nos ponemos una máscara o somos honestos con nosotros mismos? ¿Hacemos este tipo de cosas con frecuencia? ¿En qué situaciones? ¿Con qué personas? ¿A quién contentamos/apaciguamos con nuestra conducta?

Por otro lado, quizás estamos satisfechos de nuestra vida y no sentimos ni percibimos ninguna gran incongruencia entre lo que hacemos y nuestro propósito, nuestra verdad interior. La imagen que tienen (o quieren) los demás de mi está en consonancia con la que yo tengo y no hay fricción, no hay limitación alguna. Fenomenal.

Pero a veces sentimos una sensación en el pecho, o en el estómago, o dolores de cabeza, u otras manifestaciones físicas o psicológicas de que algo no cuadra. Tras una crisis personal o un evento que nos despierta, quizás tras un proceso de reflexión (cumplimos 30 años, 40, 50 y vemos que a nuestra vida le falta algo importante) empezamos a ver que algo no cuadra. El instinto, la voz de nuestra alma nos dice, nos insinúa–a veces con susurros y a veces a gritos– que no estamos viviendo la vida que realmente deseamos, que corresponde a nuestra verdad interior (no es tanto la comodidad puntual sino la sensación de ser honestos con nosotros mismos a un nivel más esencial). A veces, ni siquiera sabemos cuál es esa verdad, ese propósito vital, pero sí sabemos que nuestra vida no nos llena.  No se trata de querer más o menos dinero, esta o aquella casa, un coche más o menos nuevo. No. Se trata de Vivir. No de sobrevivir. Muchos sobrevivimos más que vivimos. Desafectados, tristes, con la ilusión del nuevo día dentada por la supresión, los proyectos fallidos, los gritos no dados, las lágrimas no derramadas, el amor no practicado. No estamos alineados, y el cuerpo y el espíritu nos lo dicen. Son unos grandes aliados y compañeros En realidad somos nosotros, no hay separación.

Y entonces, un día, decidimos que ya vale. Decimos ¡basta! y empezamos a buscarnos. Empezamos a despegarnos de la imagen que gusta a los demás y que hemos construido con ideas equivocadas, o que, simplemente, antes sirvieron y ya no. Empezamos a vivir, poquito a poquito, una vida en tres dimensiones, con perspectiva, con aire, y no en dos, pegados a nuestras reacciones aprendidas.

Comenzamos a elaborar una imagen flexible, sana, más cercana a nuestra verdad y propósito. Pero sobre todo, una imagen que es nuestra, no la que nuestros padres, nuestros hermanos, la escuela, la cuadrilla o “la calle” quieren que tengamos. No. La nuestra. ¿Qué mayor triunfo en la vida que vivir NUESTRA vida? Esto no quiere decir que haya que hacer necesariamente cosas “importantes”, amasar grandes fortunas o descubrir la piedra filosofal. Se trata simplemente de Vivir, de respirar, de sonreír, de tomar nuestras propias decisiones, avanzar o esperar, dar las gracias por estar aquí, tomar un café o aprender a decir “NO”.

Nuestro pensamiento se va ensanchando. No está limitado por los cordeles, las barreras mentales de otros. Respiro luego existo. Existo luego Vivo.

sábado, 9 de enero de 2016

PENSAMIENTO ILIMITADO: CLAVES PARA ROMPER PATRONES QUE ATASCAN NUESTRAS VIDAS (1)

El pasado 17 de diciembre de 2015 ofrecí una conferencia sobre este tema bajo el título Pensamiento ilimitado: claves para superar patrones que atascan nuestras vidas. El evento fue un éxito, tanto de asistencia como de respuesta. Para mí fue enormemente confortante comprobar y escuchar que lo que ofrecí sirvió de ayuda a la gente que acudió. Me siento muy agradecido por haber podido llevar a cabo el evento, por cómo me sentí al ofrecer la presentación (tranquilo, inspirado, en mi elemento), y por haber conectado con las personas que me honraron con su presencia. Creo que nada pasa por casualidad y el hecho de que este día todos estuviéramos allí tampoco. Cada uno por sus propias razones encontró la manera de reunirse en aquel espacio. 

Quiero ir compartiendo poco a poco las observaciones que transmití aquel día por si le pueden servir a alguien en su propio camino de exploración. Esta es la primera entrada de este proceso.


¿Pensamiento limitado?

Patrones de pensamiento que limitan nuestro círculo de oportunidad y autodesarrollo, y nos lastran o nos impiden o evolucionar hacia nuestro propósito en la vida


Desde que nacemos formamos parte de un sistema: una familia, un pueblo, un país, una clase social, una raza etc. Y cada uno de estos sistemas nos va moldeando con sus normas, sus ideas, sus prejuicios–y nosotros nos vamos amoldando a él. El sistema nos adjudica un rol (hermano pequeño, hermana mayor, mujer u hombre, inglés o camerunés, blanca o asiática, clase obrera o estirpe empresaria, etc). Cada sistema tiene sus normas, sus pre-juicios, sus expectativas, que vamos aprendiendo para sentirnos parte de él. Muchas de las cosas que interiorizamos tienen un valor importante: por ejemplo, es bueno aprender que no se debe cruzar la calle con un semáforo en rojo, so riesgo de ser atropellado. O que tampoco es recomendable dejar el quemador del gas abierto sin llama. Son ejemplos simples pero reales. 

Sin embargo, hay un enorme espectro de aprendizajes que no tienen que ver con la supervivencia o con aspectos prácticos, sino que tienen que ver con nuestra relación con el mundo, y que frecuentemente van limitando nuestro círculo de oportunidad. Paradójicamente, en demasiados casos son otros quienes demarcan dicha relación. Y la demarcan a partir de su experiencia o incluso a partir de lo que ellos han oído, ni siquiera lo que han experimentado. Expresiones como “no te juntes con esa gente” o “nuestra familia no hace esas cosas”, por poner dos ejemplos, otra vez simples pero reales, reflejan valores adquiridos, a veces de generación en generación, que van limitando nuestra relación con el mundo.  “No te juntes con esa gente” puede querer decir en realidad cosas como “no te juntes con esos vecinos porque no son de nuestra clase”. Pensamiento limitado. “Nuestra familia no hace esas cosas” puede querer decir que a mi me gustaría ser actor, payaso o capitán de barco, y me dicen que no, que nuestro clan se dedica a trabajar en el hierro. Pensamiento limitado. 

 “Tu enfermedad es crónica: nunca se cura”; “eres demasiado pequeña”, “no vayas en bici, que vas a tener un accidente“; "¿cantar en el coro? si no tienes voz”. Son mensajes que reflejan miedos, frustraciones o percepciones limitadas de otros. Es decir, una gran parte de las ideas y conceptos con los que vamos forjando nuestra visión del mundo y de nosotros mismos, así como nuestra relación con ambos, nos vienen dadas desde fuera y están formadas por las expectativas y, lo que es más importante y limitador, los miedos de otros. 

Yo he sufrido de asma durante la mayor parte de mi vida. Desde los 15 meses que casi muero por un ataque agudo de falta de aire hasta bien entrados los 30 y tantos, casi 40. Todavía tengo alguna mínima sombra esporádica, pero me considero curado. Con 10 años escuché a un practicante –he tomado cientos, por no decir miles, de inyecciones en mi vida, en todos los puntos del cuerpo donde se pueden poner pinchazos; todavía puedo recordar el pánico y la rabia que sentía cuando, hacia los 2-3 años de vida, veía al practicante del pueblo entrar en mi habitación para ensartarme–decir que “ese asma es crónica”. Y me acuerdo de mi pensamiento en aquél momento de que no, de que algún día no tendría asma. Fue mi manera inconsciente pero real de empezar a romper aquel cordel de pensamiento limitado que intentaban ponerme. Tardé 30 años, pero el asma se fue. 

“No andes en bici, que vas a tener un accidente”. ¿De quién es el miedo? Yo no tengo miedo. Me encanta la bicicleta. Pueden pasar cosas en la carretera, pero también puedo tener un accidente en coche o bajando las escaleras. La persona que dice eso quiere apaciguar su miedo, su ansiedad. No lo dice por nuestro mejor interés, sino por el suyo. Lógicamente, no quiere que nos pase nada, pero si aceptamos y creemos su visión de la realidad podemos acabar no haciendo lo que más nos gusta y limitando nuestro círculo de oportunidad (el placer del viento y del sol al pedalear, la sensación de libertad, el objetivo de llegar a correr el Tour un día, etc.).

No hay fórmulas mágicas, ni pociones sagradas. Cada uno tiene su camino y no sabemos por dónde irá ni dónde acaba. Pero ¿queremos que ese camino sea el nuestro en la medida de nuestra consciencia y de lo dispuesto en nuestro propósito superior, o el camino de otro, que sirva los intereses/necesidades de otros, por inconscientes o bienintencionados que puedan ser–o parecerlo? 

“Eres demasiado pequeña/grande...” ¿Y qué? ¿Quién lo dice? ¿Conforme a qué patrón? A lo mejor la persona que habla nunca intentó jugar a baloncesto porque alguien le dijo que era demasiado pequeña y se lo creyó. Le gustaba el basket pero nunca lo intentó. Se creyó lo que le dijeron, no lo cuestionó. Y ahora nos quiere pasar el testigo limitador. Quizás siente resentimiento por no haberlo intentado y no quiere que lo intentemos nosotras para no sentirse más frustrada (mal de muchos consuelo de tontos), para no enfrentarse con su baja autoestima, o para mantener su rol (y su sensación de seguridad) en el sistema (el hermano "sacrificado", la amiga confidente, el padre sobreprotector ). Son solo ejemplos de pensamiento limitado y limitador que proviene de fuera de nosotros.

Es lo que le pasó al elefante de la historia. Cuando era pequeño, una cría, le ataron de la pata y lo encerraron en un pequeño cerco de cuerda. Le enseñaron que ése era su entorno, su hábitat, su círculo de oportunidad. Al guardián le interesaba que se quedara allí; era más cómodo y menos arriesgado para él.

El elefantito creció y se hizo adulto sin ser consciente de su poder. Le traían comida y eso le valía. Veía el campo, los bosques, al otro lado pero no se le ocurría que podía romper el cordel, traspasar el cerco y abrirse al mundo; se creyó la historia que le contaron desde pequeño.


 

DE LA LOCURA A LA CORDURA O VICEVERSA: PARTE 8 (CONT. DE PARTE 7)

Le dio otro trisco al bocadillo y se tocó la rodilla. Le dolía bastante desde que le asestó la patada al ladrón. "¡Vaya par de hijoputas!",pensó. "Si le llego a dar bien le parto la cabeza". Y recordó el momento en que pilló a la parejita de sinvergüenzas rompiendo la cerradura de su casa. La mujer se escapó escaleras abajo a toda leche mientras el maromo se quedó parado, sin saber si enfrentarse o correr también. Quizás no quería perder el destornillador que tenía imbricado en la madera. El caso es que en el interim pensante del robador, Iribarrren le soltó una coz a lo kung fu en la zona pélvico-genital que  envió al tipo al descansillo aullando como un babuino mientras se agarraba sus instrumentos machos. Tras el primer momento de ofuscación virulenta a nuestro amigo le entró el acojono y no supo qué hacer, lo que aprovechó el quinqui para huir con el rabo no entre las consabidas piernas sino entre las manos que trataban de apaciguar el, uno se imagina, penetrante dolor. 

¿Lo peor de todo? La rodilla, que se le dislocó en el golpeo. Si pudiera escuchar Don Paco los juramentos que echó, probablemente se hubiese mordido la lengua antes de vaticinar la futura vocación de aquel chaval de orejas grandes y aficiones ciclistas. "¡Aura de sacerdote, mis huevos!", pensó.