miércoles, 3 de febrero de 2016

DEL SILENCIO Y LA PALABRA (Retomado de hace unos años)

El silencio y la palabra. Bienes preciosos, que no siempre preciados.
Las palabras importan. Y el silencio también. Hay quien dice que las
palabras no matan, que no hacen daño. Algunos dicen esto como defensa,
para intentar protegerse de la metralla escupida por las
palabras que ellos dicen no tener potencial destructivo. Paradoja. Otros
usan la frase para decretarse inmunidad ante los efectos hirientes de
su propio discurso. ¿Cobardía? ¿Inconsciencia? ¿Malicia? Paradoja.
Porque si no fueran conscientes de que la palabra produce efecto, no
la utilizarían. Porque la utilizan para herir (hacer daño), o la
utilizan para aliviarse (buen bálsamo). Las palabras importan, y mucho.
Y el silencio importa tanto como la palabra. Sin embargo, qué poco y
qué mal lo utilizamos. Cuando tenemos que callar, hablamos, gritamos,
mentimos, insultamos o nos excusamos. Cuando tenemos que decir algo,
comunicar, compartir, expresar, animar, apreciar, reconocer, callamos.
¿Por qué tal desajuste? Somos como imanes de polos iguales que nunca
llegan a unirse. Muchas personas nunca acaban de encontrar ese
equilibrio, esa paz que permite expresar lo verdadero y callar lo falso.
O denunciar lo falso y aceptar en silencio lo verdadero. Conflicto. Será éste el sino
humano. La búsqueda de la imperfección consciente y la aceptación del
cuadrado de cinco lados. Mirada al espejo. Con esto ya habremos dado un paso existencial hacia la felicidad. Luego queda el viaje exterior, con velas desplegadas, corazón en la mano y programa de 12 pasos. Pero esto ya es más difícil.
Qué valioso es el silencio empleado en su punto, como el aderezo de sal
a una comida. Qué corrosivo es cuando no se sabe manejar. Por ignorancia o por incompetencia. Peor aún, por arrogancia. Igual que las palabras. Qué instrumentos tan sencillos, tan hermosos. Qué regalos. Y tan torpemente manejados. ¿Quién dijo que el ser humano es inteligente?
Me pido una dosis de humildad para compartir.