jueves, 25 de julio de 2013

AFTER RUNNING

Que no es lo mismo que AFTER HOURS. Acabo de llegar de hacer un poco de fúting por estas calles del Lago de la Plata, Código Postal 90027. Ayer regresé de Seattle, donde he estado unos días por placer y negocios. El placer no tuvo que ver con nada sexual, lamentablemente, pero me lo pasé bien. Experimenté un partido de los Sounders, pateé la ciudad como un camello (despacio, bamboleándome para compensar por el dolor de rodilla, y perseverantemente), me manejé en ferry hasta Beimbridge y hasta me invitaron a un velero a tomar un vino, simpático que es uno. Hermosa ciudad, Seattle, bastante antipódica a Los Angeles, una especie de dicotomía Nápoles-Milán, o Murcia-Gasteiz, por ejemplo. Vistas maravillosas, rías, bahías, fiordos, bosques y el contundente monte Rainier en el horizonte. También atendí algunas reuniones que me organicé para un proyecto que tengo en mente. En general, las reuniones fueron sólidas y cubrí el espectro de interlocutores: un par majos, serios y profesionales, otro majo pero un poco falsete y no especialmente profesional, otro nada majo y aparentemente profesional, no me defino todavía sobre si es de fiar o no, y el otro que no se presentó en la reunión ni se excusó de antemano, o sea, lo peor. Ya aprenderá.

Y aquí estamos ahora, viendo el horizonte rojo desde la ventana. Si cuando llegué a esta ciudad hace 6 año hubiese tenido este apartamento, otro gallo hubiese cantado. Lo tengo claro.

martes, 2 de julio de 2013

MOJAVE DESERT

Qué lindo es el desierto. El pasado fin de semana, o el anterior, celebré mi cumpleaños en mitad de Mohave o Mojave, achicharrándome de gusto, subiéndome por las piedras, caminando por cañones de roca basáltica y pisando tierra abrasada. Ni lagartijas había a la vista. Por la noche, escalé una montaña de arena a la luz de una luna brillante como miles de farolas y me senté en la espina dorsal de la gigantesca duna, que no se quejó. Hundí las manos en la arena líquida y la dejé correr entre mis dedos como polvo de oro. Alumbrado por la bola de plata hirviente que colgaba del cielo, me enamoré del valle y de las picudas montañas de lava vieja. En esas, apareció una brisa templada y me envolvió el silencio.