sábado, 19 de septiembre de 2015

DE LA LOCURA A LA CORDURA O VICEVERSA: PARTE 6 (CONT. DE PARTE 5)

A la noche le sucedió el día y como era imposible no descojonarse de la coincidencia pues eso, se descojonó. Acto seguido inició el tramo de subida que le quedaba para llegar hasta lo alto del puerto. No era fácil, y el regusto que le había dejado la trucha asada del mediodía insistía en tocarle las pelotas, pero no cejó. Era algo genético, imbricado en el ADN familiar: los puertos se suben y luego se bajan, como la noche sucede al día y el amanecer a la oscuridad. Pura lógica, txo, le decía el padre cuando no estaba borracho. Ahora bien, de todo aquello lo que más le gustaba eran los árboles que rodeaban la carretera dejando sombras como imaginarias sobre el asfalto y aportándole una sombra beatífica que le protegía del sol sobremanera (una palabra que le venía mucho a la cabeza sin ninguna razón especial) y de forma gratuita, no como las cremas SPF que costaban un pastón y pringaban. El caso es que entre pensamiento y reflexión ya había llegado a la cima; las piernas le habían respondido y ningún buitre le puso la zancadilla, es decir, los coches le dejaron en paz. No era cosa baladí porque todavía llevaba dos clavos en el cuerpo, uno en la rodilla y otro en el tobillo de la ostia que se había dado hace un año cuando un anormal vestido de boda le echó a la cuneta con un Audi, robado para más señas, como descubrió la perspicaz investigación de la Policía Autonómica.

Una última pedalada y ¡dimba!. Cumbre. Bien. Ahora bocata de tortilla y bajada. Fácil y seguido, como el día a la noche. Cuánta sabiduría destilaba la tradición familiar.