miércoles, 29 de julio de 2015

SER FELIZ y ESTAR TRISTE

Caminaba una mañana hace poco por el bidegorri hacia Aizpurutxo. A los lados del camino, árboles frondosos, frescos, verdes. Sobre mi cabeza, el cielo azul con una hermosa manta de nubes adoquinadas con ranuras por las que se deslizaban tenuemente los dedos del sol. Ante mis zapatillas, paso a paso, mariposas amarillas y en el aire, el trinar de los pájaros. Reparé en que me sentía un poco triste: un desengaño/decepción con alguien con quien me aleteaba el corazón me había dejado entristecido. De repente recordé que me sentía feliz de estar allí y de que la soledad no era tal, sino que aquel caminar en comunión con la Madre Naturaleza era realmente hermoso y me alimentaba el alma. Feliz de estar vivo. Y profundamente agradecido por todo ello. Me di cuenta de que compartía ambas sensaciones– tristeza y felicidad– y comprendí que se puede ser feliz y estar triste al mismo tiempo. Un gran descubrimiento que me permitió seguir caminado con ligereza y una sonrisa, la felicidad por delante de la tristeza. Quizás sea uno de esos descubrimientos que se graban en el alma como un dibujo en la arena y, al tiempo, sólo nos queda una vaga memoria de que algo hubo (aunque siempre se pueda redescubrir). O quizás sea algo que se me quede a fuego y me acompañe siempre. Sería un gran regalo.


sábado, 11 de julio de 2015

CALIFORNIA

Nunca pensé vivir en California. Si me hubiesen preguntado en mi época de estudiante-explorador en qué lugar de Estados Unidos me gustaría vivir hubiese respondido  Colorado, Nueva York, las Dakotas, o quizás Maine. Nunca California. Ni siquiera cuando emigré a Hollywood pensaba en lo que éste estado tiene para ofrecer. Los primeros años tenía la cabeza tan metida en el culo de Los Angeles que no era consciente de la belleza que brotaba en las aceras de esa misma ciudad de cara áspera y corazón volátil. Así es la vida, un puro flujo. Las cosas cambian, vamos aprendiendo a ser tolerantes con nosotros mismos y…así se van abriendo puertas y nos vamos quitando velos de los ojos. Lo cierto es que me encanta California, lo árido, el desierto, los bosques amigos, las carreteras sinuosas y la yerba seca. En realidad, me gusta la Naturaleza, el regalo de Dios, y en California, la Naturaleza bulle por todas las esquinas. No es la descomunal Alaska ni el voluptuoso Hawaii, pero el silencio de las rocas de Joshua Tree o Owl Creek Canyon me proyectan igual hacia un mundo interior igualmente maravilloso y evocador. Como el camino de Willits a la Avenida de los Gigantes, o el retorno nocturno bajo la luna plena en aquella carretera solitaria y zigzagueante. Dones divinos. Quizás sea por eso que los monjes españoles adoptaron esta región como propia con todas las misiones y enclaves, desde San Diego a Sacramento, pasando por Los Angeles y San Juan de Capistrano. Desde luego se presta a la meditación y al gozo interior. (Del gozo exterior por estos lares hay ya mucho escrito…). Y para acabar, los Eagles tenían razón: It never rains in California… 

A ver si llega el Niño y nos deja un poco de agua, que también hace falta.