miércoles, 13 de mayo de 2015

EL AGUJERO DEL DONUT

Hablo con un compañero de clase sobre los cambios que genera la Técnica Alexander en quienes la estudian. En principio se trata de una técnica dirigida a reeducar el cuerpo para usarlo sin tensión, "inhibiendo" las instrucciones que le damos y que inconscientemente generan tensiones y, a la postre, lesiones; el "objetivo" es liberar su potencial kinético para un funcionamiento más sano del sistema anatómico. Pero lo que parece puramente una terapia física resulta que tiene importantes efectos colaterales a nivel personal. ¿Por qué? Porque no podemos separar nítidamente lo físico de lo emocional ni mental. Si sentimos miedo enterramos la cabeza entre los hombros. Si sentimos vergüenza agachamos la cabeza y nos encogemos; o tendemos a ponernos de lado para escondernos. Si reprimimos rabia, apretamos la mandíbula y/o los puños. Estas son algunas de las reacciones. Hay más. La mayoría, inconscientes. Con el tiempo, si se repiten habitualmente, se cronifican. Con la Técnica Alexander ayudamos a liberar esos músculos y articulaciones agarrotados o "mal usados". Al hacerlo es posible que se liberen las emociones allí acumuladas. Cada persona es diferente y puede tener reacciones–o interpretaciones–distintas. Pero algo ocurre. Como en todo, es preciso que el estudiante crea en lo que estudia–y esté en su momento vital adecuado– para extraer el máximo provecho. De todos modos, con el tiempo uno se da cuenta de que las palabras se quedan cortas, o se pasan; pierden su utilidad explicativa. Con el tiempo, uno se da cuenta de que lo único que queda es el silencio. El silencio acaba explicando. O uno acaba entendiendo a través del silencio. Como el agujero explica la esencia del donut. O algo así... Por eso me callo.