jueves, 24 de junio de 2010

FIEBRE DEL ORO

Hay fiebre del oro en Sudán. Jóvenes, mayores, analfabetos, universitarios, todos hombres, todos en busca de oro. Oro para casarse. Oro para hacerse una casa. Oro para comprar un burro con el que arar la tierra fresca que quedó atrás, lejos del barro reseco y muerto por la sequía. Pero hay oro.

Hay fiebre del oro en las mentes. En los corazones. Me pregunto muchas veces qué buscamos, por qué lo hacemos. Qué nos impele a abandonar familias, hogares, vidas, sueños, pesadillas, presentes, posibles futuros. Para comer. Para un futuro mejor. Para huir de la pobreza, de la tiranía, de la soledad. Estas son algunas de las razones que se suelen dar. Como esto no es un tratado demográfico ni económico, ni sociológico, no haré un análisis exhaustivo de las causas.

Me da la impresión de que todo el mundo anda corriendo, en pos de algo mejor, de pastos más verdes, de seguridad económica, de amor, de salud, de menos grasa, de más pelo, de un sueño profesional, del hombre perfecto, de los hijos perfectos, de mejores servicios, de políticos decentes, de un Dios receptivo, del oro redentor…

Siempre en busca, siempre en movimiento. Nunca en el presente, siempre en la cuerda floja entre el pasado y el futuro.

¿No se puede simplemente vivir? ¿O es que esto es la vida? ¿Es esto algo propio de nuestro tiempo o ha sido siempre así? ¿Podemos simplemente estar?

Y pienso: No puede ser que el hombre esté hecho a imagen de Dios. Dios no puede estar siempre buscando porque ¿qué iba a buscar Dios? No puede ser que Dios sea tan infeliz como nosotros. Si es así algo falla. Habrá que buscar la solución. ¡Ay, Dios!

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