jueves, 19 de agosto de 2010

DE LA CORDURA A LA LOCURA O VICEVERSA: PARTE 1

Casa de pino, cuatrerillo, le dijo con el cuchillo entre los dientes.
La indefinición era lo peor que podía sentir en aquel momento crucial.
Comprendía que la actitud de aquel cuatrero era el aspecto clave entre
la vida y la muerte de aquellas piezas de ganado que habían salido de
Auschwitz aquella mañana. El oficial de gorra verde saltó del caballo
y se rascó la charretera izquierda con el cigarrillo quemado que se
bajó de la oreja. Siempre había querido dedicarse a la
prestidigitación. Luego llegó Hitler y sus nazis y pensó que la sopa
de cebolla que les prometieron si se apuntaban era mejor que aquellos
panes negros con mantequilla rancia que le daba por la mañana la vieja
puta con la que vivía en Munich desde que sus padres murieron en la
calle atropellados por un carro tirado por dos mulas rayadas.

En fin, joder qué mañana más gris. Eso es lo que pensó, pero le duró
poco porque el perro de sus guardia de corps le pegó un lengüetazo en
las botas y eso le ofendió sobremanera. Eso es lo que pensó a
continuación: "Ese lengüetazo me ha molestado sobremanera". Esa
palabra no se le iba de la cabeza desde que la leyó hacía dos días en
un panfleto de las SA que le había enviado por correo su prima Helda
desde Stuttgart, donde se había metido monja para no ser violada por
una partida de gendarmes enloquecidos durante uno de los progroms que últimamente arreciaban en Alemania.

Los autos arrancaron en un derrape bestial, dejando alrededor una
polvareda rojiza y millones de partículas de plomo y zinc en el aire.
Los terrenos alrededor del castillo se arrugaban en lomas infinitas
como gigantescos pliegues de una piel elefántica. Le vino a la cabeza
la mano de su abuela cuando ordeñaba las vacas en la granja de
Maguncia, avejentada pero fuerte y segura. Acto seguido sacó la Luger
de su funda y le pegó un tiro en la frente a un anciano cojo que se
había retrasado del grupo. Cayó como un saco de patatas y se quedó
allí, inerte como una piedra, incluso más. El alférez tosió sobre el
puño delicadamente cerrado de su mano y echó un escupitajo. Se arregló los correajes del uniforme y volvió su mirada al cielo. Creo que va a llover, pensó.

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