domingo, 30 de septiembre de 2012

¿Dónde se fue Joan?

Buena pregunta. La última vez que la vi movía el trasero enfundado livianamente en un falda estampada con un poco de vuelo, pero no mucho, de esas que tanto evocan a poetas como yo. No la seguí, sino que volví a acabar mis huevos rancheros con tabasquillo. Ya se sabe que en sábado y en Brooklyn un buen brunch de huevos rancheros es una opción dandy. Ahora bien, lo que más me gusta del establecimiento de Ozzie es el café helado, pero hielo-helado, no frío-helado; café que te lo tienes que masticar, no beber. Delicioso. Y encima me coloca, así que fíjate tu qué barato y sano me sale el coloconcillo de cafeína. 

Pero no sigo por aquí porque esto es un paréntesis, y los paréntesis rebotan. Joan. Qué hermosa, Joan. Qué sexy. Qué cosa. Yo no la vi luego de girar la esquina, pero intuyo que entró en la tienda de Victoria Secret que hay en la 7a Avenida. Se la veía con clase, a  Joan. Además iba de compras porque llevaba una bolsita reluciente de zapatos de Begoshian, la zapatería armenia para ropa de bodas que hay en la 6a Avenida. Y viendo el terso y desujetado escote que lucía Joan y el sutil viaje a la rebelde braguilla que hizo su mano al levantarse de su mesa, a uno le cuadran estas cosas. Uno no es mujer, pero intuición no le falta, gracias a Dios; vivir una docena de años pasados entre Brooklyn y Queens con un stage en la formidablemente vulgar Long Island da para mucho. Y si encima somos observadores, pues ya ves, coctelazo intuitivo.

Cuando camino por el barrio busco con la mirada a Joan. Oteo las calles en busca de faldas estampadas y nucas frescas como la de Joan (¿no dije nada de la nuca? Me encantan las nucas, limpias, sensuales). Pues Joan también tenía una nuca hermosa, diáfana bajo el divertido corte de su corto pelo negro. Pero todavía no la he visto; o la he visto y no la he reconocido, porque estamos en otoño y la gente nos transformamos. Quién sabe si ahora lleva gabardina y pantalones; o se ha dejado crecer el pelo y la nuca se ocultó. Es probable, pero mis paseos son bastante divertidos. No es que sean "la pera" porque hay cosas mejores que ir por la vida buscando sin ton quimeras de carne y hueso con zapatos de boda de Begoshian y posible sujetador y bragas de Victoria Secret, cierto (aunque ahora que lo pienso....). En fin, tiene su punto. Quizás un día la vea y la reconozca. Y si voy con mi hijo no le diré nada, porque esas cosas no se dicen a los hijos; se guardan, como un pequeño tesoro, una pequeña perla. Porque en la vida hay que tener estas cosas, estos secretillos banales, estos misterios autoalimentados para aderezar y dar una cierta combustión a esas tardes esteparias que asolan en la mediana edad. Claro, que más combustión daría toparme con Joan y acariciarle la nuca con mis dedos. Esto son palabras mayores, porque la familia ata mucho, pero quién sabe. Estoy leyendo un libro de autoafirmación y dice que hay que mantenerse abierto a lo que ofrezca la vida. Así que si un día, por esos avatares inescrutables de la vida (el libro dixit), me topo con Joan y ésta acaba confesándome que le pica la nuca y me pide que se la arrasque con cariño, pues habrá que hacerlo. Que no está el asunto como para hacerse el remolón; cuando las quimeras llaman Ulises acude. Son otros tiempos, Homero.


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