lunes, 3 de septiembre de 2012

El mundo es un algoritmo



El mundo es un algoritmo. Llegó la matrix y se quedó.

¿Quién necesita lengua para hablar y materia gris para procesar-pensar? Aparentemente, nadie. Tenemos el algoritmo de Facebook, esa maravillosa herramienta que nos permite tener miles de amigos sin salir de casa. Amigos virtuales, o sea, no reales. Pero no importa, el algoritmo es cojonudo y mola mazo. Compren ustedes acciones de Facebook porque además de pulir al cero sus habilidades sociales le ayudarán a perder dinero. Eso sí, no puede culpar a nadie porque ya se sabe que cada uno construimos nuestra propia vida con nuestras decisiones; estamos en el mundo de la autoafirmación y la autosuficiencia, o sea que a apechugar. Además, el folleto de la salida a Bolsa del engendro feisbukiano ya informaba vagamente de que las inversiones en Bolsa conllevan un riesgo y se puede perder dinero, como en Bankia. Que se lo pregunten si no a mister De Rato, que tampoco sabía nada de la mierda de activos que tenía en el banquillo antes de ponerlos a jugar en la Liga Ibex 35. Menudo entrenador. Y eso que fue ministro de Economía y Director del Fondo Monetario Internacional. ¿En qué manos estamos?

En las de los algoritmos.

Porque resulta que ahora los algoritmos también rigen el mundo financiero, o sea nuestras vidas. Parece que la vida ha quedado reducida al tipo de interés y la prima de riesgo, que no la prima de Riego, que seguro que era más simpática que esta cosa que nos quieren meter por el bozal como si fuéramos primos. Lo peor no es que una horda de barbilampiños recién egresados de facultades de empresariales sobrevaloradas y jactanciosas y sus engolados jefes manejen los designios de Grecia, España, Italia —cualquier país que le ponga aceite de oliva a las ensaladas—, trasegando cada día billones de euros, dólares y demás divisas, sino que encima no tienen ni puta idea de lo que hacen. Decía hace poco un broker en The New York Times: "Algunos [brokers] se fijan en los modelos [matemáticos], sin hacerse ninguna pregunta". Otro corredor comentaba que acababa de negociar 3.000 millones de euros: "Es fácil perderse con tantos ceros", aseguraba. Fantástico. Manejan la deuda española en función de fórmulas matemáticas con muchos ceros en las que luego se pierden. Esta es la gente que gobierna a los que nos gobiernan. 

Perfectamente lógico. Es la maravilla del mundo moderno, clínicamente limpio y financiocrático. ¿Teniendo estos magníficos algoritmos matemáticos y estos buenos chicos perfectamente educados e ignorantes en casi todo, para qué necesitamos filósofos, pensadores, maestros, actores, artistas y, claro está, políticos?

Por si fuera poco, parece que han elaborado un algoritmo (porque los algoritmos se elaboran, como las pizzas, no se descubren) para identificar las fuentes de los rumores. Sí, sí, los rumores. Por favor. Supongo que se habrán divertido haciendo la pizza-algoritmo. A veces no sé qué es peor de este mundo hipertecnologizado, si nuestra creciente dependencia de aparatos esclavizantes (móvil, iPhone, tabletámenes varios) o la obsesión a compulsiva de algunas tribus científicas a algoritmizar la vida como si no hubiera (mejores) maneras de contribuir al bienestar público. Cualquier día algoritmizarán los ritmos electorales de los pueblos y ya no habrá que ir a votar; bastará con correr el algoritmo et ¡voila!, nos sale el gobierno que nos toca -¡¡yupiiii!! No es que últimamente votar sirva para mucho pero, hombre, que nos dejen la ilusión ¿no?

En fin. Dejemos las decisiones sobre nuestras vidas en manos de bancos, casas de corretaje y algoritmizadores de vario pelo, hagámonos la foto para Facebook y lancemos un Twitter, convenientemente algoritimizado, para que todo el mundo sepa quién ha sido. Aunque claro, ¿quién es el guapo que lanza bulos si se puede saber de dónde provienen? ¿Quién es la lista que planta una trampa en Internet para que caigan los incautos? Mira tú por donde, a ver si el algoritmo rumorológico al final va a servir para que volvamos a usar la lengua, el papel, el boli…y el sentido común. Ya te digo… 

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